Vuelta a la normalidad
Vuelta a la normalidad
El
vuelco electoral ha sido presentado por la parroquia nacionalista como
una vuelta a la normalidad. Así, por ejemplo, nos prometen ahora un
curso “normal” los mismos que hace un año abogaban por que no lo fuera. O
como el diario Ara Balears,
cuando afirma que el reingreso al Instituto Ramón Llull (IRL) significa
“normalizar” las relaciones de Baleares con Cataluña. O como el regreso
al anterior modelo lingüístico de IB3 bendecido por la UIB, presentado
como otra vuelta a la normalidad. Nada obsesiona tanto al catalanismo
como la normalidad, un término que nunca se les cae de los labios.
Norma, normal, normalidad, normativa, normativizar, normalizar,
normalización. En principio, no debería extrañarnos esta curiosa pulsión
entre aquellos que han convertido la Norma por excelencia –la fabriana,
naturalmente– en sus Tablas de la Ley y a Fabra en Sant Pompeu Fabra.
La divinización de la norma y el endiosamiento del codificador de la
lengua van de “soi” en un movimiento cuyos integrantes apenas han
concebido ningún otro oficio que el de corrector o maestro de escuela.
La literatura catalanista, por otra parte, rebosa de expresiones como
“en un país normal”, “en una lengua normal”, “en una situación normal”,
dando a entender que Mallorca, España, o los que tenemos la desgracia de
no ser nacionalistas, no somos normales. Los normales serían ellos, los demás seríamos anormales, paranormales o subnormales, en cualquier caso, raros.
¿En qué consistiría esta “normalidad” de la que alardean los trompeteros catalanistas? ¿Cuál sería la dichosa norma que separaría a los normales -ellos- de los anormales –todos los
demás? No se hagan ilusiones. Raramente aparece alguien que nos
explique de modo claro y diáfano en qué consiste esta normalidad y esta
superioridad moral que dimana de ella. Ningún periodista, editorialista,
columnista o político de los que nos han estado bombardeando estos días
con la vuelta a la normalidad nos ha explicado en qué consiste. El
discurso nacionalista tiene este aire de familia que parece dirigido
únicamente a los que ya son nacionalistas, como si fuera una conversación familiar, de consumo interno, esotérica, al alcance sólo de los elegidos. El nacionalismo en Baleares nunca ha forjado un discurso público con
argumentos explícitos para convencer a los no convencidos y dirigido a
una opinión pública adulta y plural. Su hipotética normalidad es un
tópico más de la tupida red de sobreentendidos que dejan caer sin llegar
nunca a explicarlos. “En una situación normal, la lengua catalana sería
la única vehicular en la enseñanza”, nos espetan a bocajarro. La frase
empieza haciendo acopio de una normalidad que se presupone… para
concluir con un pronunciamiento que se deriva sin solución de
continuidad de la premisa inicial. Pero…¿a qué “situación normal” se refieren?
La normalidad sin tapujos. Para
saber en qué consiste la normalidad de la que alardea a todas horas el
catalanismo hay que profundizar en la literatura de sus referentes
intelectuales: Gabriel Bibiloni, Jaume Corbera, Damià Pons, Isidor Marí o
Bernat Joan. No es casualidad que todos sean filólogos catalanes y no
precisamente estudiosos de su literatura, sino sociolingüistas. La razón
que da sentido a sus vidas es la salvación de la lengua catalana
amenazada por múltiples peligros. Dadas las resistencias sociales y
políticas que se interponen en su camino, todos ellos han llegado a la
conclusión de que sólo un Estado independiente podría salvar el idioma.
El nuevo Estado debería ser monolingüe en catalán, la lengua “nacional”,
como lo es el italiano en Italia, el francés en Francia o el alemán en
Alemania. No quieren ser más que los demás, sólo como ellos. Normales,
vaya. Un país normal es un país con una lengua nacional que debe
diferenciarse de las lenguas circundantes –a las que tratará de tú a tú–
mientras logra la unidad interna arrasando con todos los dialectos
exceptuando aquel que, por razones demográficas, políticas, personales,
filológicas o culturales, se ha convertido en la lengua supradialectal,
en estándar. Así pues, los mallorquines debemos resignarnos a perder el
mallorquín de nuestros padres porque,en última instancia, el estándar que, en sus primeras fases sólo aspira a ocupar los ámbitos públicos y más formales, a largo plazo termina arramblando irremisiblemente –al desaparecer de todos los espacios públicos y prestigiosos– con el resto dedialectos no elegidos por la Historia. Es lo que ha ocurrido, ni más ni menos, en todos los países “normales”: Italia, Alemania… Así es la vida. De ahí su odio a las modalidades insulares ya que su fomento se interpondría en su programa irredentista.
Todo
lo que nos aleje de este escenario o nos desvíe de las tareas urgentes y
necesarias para trabajar en la construcción de este país “normal” con
el que sueñan nuestros filólogos deja de ser percibido como normal. El proyecto de “una lengua, una nación, un estado” es lo que da patente de normalidad o no. Nada más. Cuando oigan hablarles de “normalidad” ya saben a qué normalidad se
refieren. Alguien podrá objetarme que exagero. En absoluto, lean a
estos autores y se darán cuenta de ello. Es más, si su verdadero
proyecto no fuera éste y aceptaran una solución de compromiso como la
coexistencia de varias lenguas en nuestra geografía insular, aceptando
el marco estatutario y constitucional, no les importaría debatir sobre
los objetivos reales de la normalización lingüística, si hay que revisar
sus objetivos después de treinta años, si es ético o no que la
Administración priorice el aprendizaje –bastante precario, además– de
una lengua sobre la propia enseñanza, si apoyar una lengua debe afectar y
cómo a la comunidad castellanohablante, si estamos dispuestos a
sacrificar o no nuestras modalidades, etc. Todo esto debería discutirse
en un debate público, franco y abierto entre todas las partes que tienen
opiniones diversas sobre el tema. En cambio, todos prefieren “fer i callar”, la política de hechos consumados y aferrarse a la lengua de madera para
salir del paso. “−La lengua es una”, ha afirmado con solemnidad la
nueva consejera de Cultura, Esperança Camps, para justificar la
“rentrée” de la UIB en IB3, como si Mariantònia Lladó y el resto de
filólogas que le han acompañado en su ardua tarea de balearizar
el ente lo hubieran puesto en duda alguna vez. O como si reingresar en
el IRL fuera sinónimo de “normalizar las relaciones con Cataluña”, una
autonomía, por cierto, que lleva unos años por unos derroteros de lo más
normales. Normalísimos, diría yo.
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Publicat a El Mundo-El Día de Baleares, es 18-7-2015.
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