El catalanismo o todo por la pasta


Recull de premsa |
Ocb Diada 2014JOAN FONT ROSSELLÓ. No creo que a estas alturas existan demasiadas dudas sobre el trasfondo económico del movimiento catalanista. Como apuntaba este periódico con motivo de la última subvención de Artur Mas –una ayudita de nada para lo que están acostumbrados, apenas 70.000 euritos– a la Obra Cultural Balear (OCB), el catalanismo no sería nada sin dinero público. Absolutamente nada. Como cualquier lobby de presión con cargo al presupuesto público, el catalanismo ha perfeccionado sus técnicas de presión, de amenaza y de chantaje contra el Govern de turno, demasiado consciente de que sólo puede sobrevivir luchando ferozmente en la batalla sin cuartel que se dirime cada día entre todos los que tratan de quedarse con parte de la tarta presupuestaria. Los ejemplos nos asaltan por doquier. Ahí tienen a Paraula, esta asociación cultural vinculada a la OCB, presentándose a un concurso para implantar un nuevo modelo lingüístico en IB3 que la propia OCB había vapuleado sin misericordia semanas antes. O todo el llanto y crujir de dientes de los filólogos de la UIB por la balearización de los informativos de IB3, negándose a enviar becarios como correctores. ¿Acaso no responde más al típico rebuzno de quien quiere seguir controlando un cortijo muy bien remunerado que a una cuestión “científica”?
A diferencia de lo que piensan los ingenuos, la ideología no casa mal con la corrupción o el interés egoísta. No existió mayor corrupción que la de los regímenes totalitarios que asolaron de muerte y destrucción el siglo XX. Ni ha existido mayor corrupción, de proporciones africanas, que la de Jordi Pujol, un beato y un hombre de “principios”, como le gustaba presentarse. De hecho, la ideología se ha convertido en la coartada moral –como el “interés general”– para parasitar al pueblo. En esto coinciden feministas, sindicalistas, ecologistas, catalanistas o el movimiento LGBT. El victimismo y la protección de los “más débiles” como antesala al asalto sin rubor del botín presupuestario. Estas castas parasitarias que enarbolan las banderas del resentimiento nunca van a reconocer que las democracias no dejan de avanzar en el reconocimiento de todas sus demandas. Hacerlo significaría plantearse su autodisolución y dejar de vivir del cuento. De ahí que, en aras a su supervivencia, alienten la queja, se abonen a la mentira sistemática, exageren sus sufrimientos y se radicalicen en sus propósitos conforme van logrando cada uno de sus objetivos originarios. “S’ase com més té, més brama”, decimos en mallorquín. ¿Qué tiene que ver la OCB original que fundara Francesc de Borja Moll con la OCB actual partidaria de nuestra anexión a la Gran Cataluña? Moll se habría dado con un canto en los dientes si un día el catalán hubiera tenido la protección y el reconocimiento que tiene a día de hoy. No es exagerado aventurar que Moll habría liquidado la OCB al dar por realizadas sus metas iniciales. No caerá esa breva: ¿de qué vivirían entonces sus actuales dirigentes?
El catalanismo no es ningún movimiento de idealistas –si lo fue algún día, dejó de serlo– sino un ejército superorganizado que se ha constituido para y por el “spoils system”, un organismo formidable donde cada una de sus partes tiene una determinada función que cumple a la perfección. Tiene a sus partidos-lobby como ERC y PSM, compuestos exclusivamente por funcionarios y empleados públicos. Cuenta con sus periodistas, muy bien representados en el SPIB, Diario de Mallorca y el Grupo Serra. Dispone de sus sindicatos, como el STEI, la Asamblea de Docentes o el comité de empresa de CBM. Tiene a sus familias organizadas, sobrerrepresentadas en las APIMAs. Tiene a sus captadores de ayudas públicas, como la OCB y acólitos. Cuenta con sus intelectuales orgánicos tras haber colonizado la UIB. Dispone de su legión de maestros debidamente formados en el resentimiento tras pasar por sus escuelas de magisterio. Tiene a sus comisarios lingüísticos en las administraciones. Tiene a sus curas que rezan a la patria en vez de hacerlo al Señor. Dispone de literatos, editores, xeremiers, batucadas, dinamizadores de fiestas populares y hasta de sus poetastros que cortan el bacalao en los premios literarios hasta el extremo de que, si les caes mal, puedes olvidarte de hacerte un nombre en la literatura, no sólo en la catalana sino incluso en la literatura española. La cultura es su reino desde cuyos palacios dan lecciones morales y éticas a los que contribuimos a su bienestar. De hecho, no tienen otra función que la de atizarnos a todas horas a menos que reconozcamos que no nos merecemos sus desvelos. Son hiperactivos y unos enfermos de la política porque saben que su modus vivendi depende de su permanente revoloteo político para forzar al gobernante de turno a aflojar la cartera. Nunca han aspirado a nada que no sea vivir a costa de los demás, aunque sin mala conciencia. No en vano se sienten a sí mismos como unos elegidos por la Providencia y por tanto superiores a los demás. Su mesianismo justificaría sus sistemáticas conculcaciones a la ley, al orden y a la buena educación.
El catalanismo se ha hecho con los resortes de todo lo público, lo oficial y lo institucional sin que ningún Govern, ni siquiera con mayoría absoluta, sea capaz de doblegarlo. ¿Un estado dentro del estado? Sin el dinero de los contribuyentes no serían nadie, dada su nula incidencia en la actividad empresarial. Contrariamente al empresario, este ser altruista que trata de adecuarse al gusto y a las apetencias del soberano consumidor, el catalanismo nos impone sus dictados, nos hace creer que lo hace por nuestro bien y nos regaña si no le aplaudimos. Han interiorizado que es perfectamente legítimo cobrar de nuestros impuestos para hacer política, sin ningún recato. Quintaesencia del parasitismo, alardean de no depender del turismo para vivir y presumen de sus políticos –todos ellos, funcionarios o profesionales del agit-prop- porque no incurren en ninguna incompatibilidad con los denostados negocios privados. Claro, su gran negocio ha sido colonizar todo lo público.


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