Vuelta a la normalidad

Vuelta a la normalidad

Joan Font Rosselló |
imageEl vuelco electoral ha sido presentado por la parroquia nacionalista como una vuelta a la normalidad. Así, por ejemplo, nos prometen ahora un curso “normal” los mismos que hace un año abogaban por que no lo fuera. O como el diario Ara Balears, cuando afirma que el reingreso al Instituto Ramón Llull (IRL) significa “normalizar” las relaciones de Baleares con Cataluña. O como el regreso al anterior modelo lingüístico de IB3 bendecido por la UIB, presentado como otra vuelta a la normalidad. Nada obsesiona tanto al catalanismo como la normalidad, un término que nunca se les cae de los labios. Norma, normal, normalidad, normativa, normativizar, normalizar, normalización. En principio, no debería extrañarnos esta curiosa pulsión entre aquellos que han convertido la Norma por excelencia –la fabriana, naturalmente– en sus Tablas de la Ley y a Fabra en Sant Pompeu Fabra. La divinización de la norma y el endiosamiento del codificador de la lengua van de “soi” en un movimiento cuyos integrantes apenas han concebido ningún otro oficio que el de corrector o maestro de escuela. La literatura catalanista, por otra parte, rebosa de expresiones como “en un país normal”, “en una lengua normal”, “en una situación normal”, dando a entender que Mallorca, España, o los que tenemos la desgracia de no ser nacionalistas, no somos normales. Los normales serían ellos, los demás seríamos anormales, paranormales o subnormales, en cualquier caso, raros.
¿En qué consistiría esta “normalidad” de la que alardean los trompeteros catalanistas? ¿Cuál sería la dichosa norma que separaría a los normales -ellos- de los anormales –todos los demás? No se hagan ilusiones. Raramente aparece alguien que nos explique de modo claro y diáfano en qué consiste esta normalidad y esta superioridad moral que dimana de ella. Ningún periodista, editorialista, columnista o político de los que nos han estado bombardeando estos días con la vuelta a la normalidad nos ha explicado en qué consiste. El discurso nacionalista tiene este aire de familia que parece dirigido únicamente a los que ya son nacionalistas, como si fuera una conversación familiar, de consumo interno, esotérica, al alcance sólo de los elegidos. El nacionalismo en Baleares nunca ha forjado un discurso público con argumentos explícitos para convencer a los no convencidos y dirigido a una opinión pública adulta y plural. Su hipotética normalidad es un tópico más de la tupida red de sobreentendidos que dejan caer sin llegar nunca a explicarlos. “En una situación normal, la lengua catalana sería la única vehicular en la enseñanza”, nos espetan a bocajarro. La frase empieza haciendo acopio de una normalidad que se presupone… para concluir con un pronunciamiento que se deriva sin solución de continuidad de la premisa inicial. Pero…¿a qué “situación normal” se refieren? 

La normalidad sin tapujos. Para saber en qué consiste la normalidad de la que alardea a todas horas el catalanismo hay que profundizar en la literatura de sus referentes intelectuales: Gabriel Bibiloni, Jaume Corbera, Damià Pons, Isidor Marí o Bernat Joan. No es casualidad que todos sean filólogos catalanes y no precisamente estudiosos de su literatura, sino sociolingüistas. La razón que da sentido a sus vidas es la salvación de la lengua catalana amenazada por múltiples peligros. Dadas las resistencias sociales y políticas que se interponen en su camino, todos ellos han llegado a la conclusión de que sólo un Estado independiente podría salvar el idioma. El nuevo Estado debería ser monolingüe en catalán, la lengua “nacional”, como lo es el italiano en Italia, el francés en Francia o el alemán en Alemania. No quieren ser más que los demás, sólo como ellos. Normales, vaya. Un país normal es un país con una lengua nacional que debe diferenciarse de las lenguas circundantes –a las que tratará de tú a tú– mientras logra la unidad interna arrasando con todos los dialectos exceptuando aquel que, por razones demográficas, políticas, personales, filológicas o culturales, se ha convertido en la lengua supradialectal, en estándar. Así pues, los mallorquines debemos resignarnos a perder el mallorquín de nuestros padres porque,en última instancia, el estándar que, en sus primeras fases sólo aspira a ocupar los ámbitos públicos y más formales, a largo plazo termina arramblando irremisiblemente –al desaparecer de todos los espacios públicos y prestigiosos– con el resto dedialectos no elegidos por la Historia. Es lo que ha ocurrido, ni más ni menos, en todos los países “normales”: Italia, Alemania… Así es la vida. De ahí su odio a las modalidades insulares ya que su fomento se interpondría en su programa irredentista. 

Todo lo que nos aleje de este escenario o nos desvíe de las tareas urgentes y necesarias para trabajar en la construcción de este país “normal” con el que sueñan nuestros filólogos deja de ser percibido como normal. El proyecto de “una lengua, una nación, un estado” es lo que da patente de normalidad o no. Nada más. Cuando oigan hablarles de “normalidad” ya saben a qué normalidad se refieren. Alguien podrá objetarme que exagero. En absoluto, lean a estos autores y se darán cuenta de ello. Es más, si su verdadero proyecto no fuera éste y aceptaran una solución de compromiso como la coexistencia de varias lenguas en nuestra geografía insular, aceptando el marco estatutario y constitucional, no les importaría debatir sobre los objetivos reales de la normalización lingüística, si hay que revisar sus objetivos después de treinta años, si es ético o no que la Administración priorice el aprendizaje –bastante precario, además– de una lengua sobre la propia enseñanza, si apoyar una lengua debe afectar y cómo a la comunidad castellanohablante, si estamos dispuestos a sacrificar o no nuestras modalidades, etc. Todo esto debería discutirse en un debate público, franco y abierto entre todas las partes que tienen opiniones diversas sobre el tema. En cambio, todos prefieren “fer i callar”, la política de hechos consumados y aferrarse a la lengua de madera para salir del paso. “−La lengua es una”, ha afirmado con solemnidad la nueva consejera de Cultura, Esperança Camps, para justificar la “rentrée” de la UIB en IB3, como si Mariantònia Lladó y el resto de filólogas que le han acompañado en su ardua tarea de balearizar el ente lo hubieran puesto en duda alguna vez. O como si reingresar en el IRL fuera sinónimo de “normalizar las relaciones con Cataluña”, una autonomía, por cierto, que lleva unos años por unos derroteros de lo más normales. Normalísimos, diría yo.
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Publicat a El Mundo-El Día de Baleares, es 18-7-2015.

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