Exaltación mallorquinista

Exaltación mallorquinista

Recull de premsa |
miquel-angel-mas-parlamentJoan Font Rosselló. Hacía tiempo que por estos pagos no observábamos semejantes arrebatos de exaltación mallorquinista. Qué habrá pasado habrá que preguntárselo a los actores políticos pero mucho me temo que ha sido la irrupción de la Fundació Jaume III lo que ha removido de verdad el gallinero. Esta sobreexcitación identitaria ha tenido dos fases. La primera protagonizada por quienes hasta hace dos días nos venían a decir que la identidad mallorquina no era más que un apéndice de otra identidad más noble, antigua y superior, la catalana. En efecto, no han faltado patéticas profesiones de fe mallorquinista (“No pens demanar disculpes”, Miquel Angel Vidal, UH, 21-11-2013), probablemente movidas por la mala conciencia de su seguidismo vicario a todo lo catalán. Otros han insistido, tratando de convencerse a sí mismos, de que el único y auténtico mallorquinismo era aquel ligado al catalanismo. El otro, ya se sabe, sería de andar por casa (“mallorquinisme de panfonteta”, como acuñó el profesor Jaume Corbera; o de “gerreta i paneret”, como disparó el inefable Llorenç Capellà).
Incluso un sujeto como el hasta hace poco factótum de la OCB, Tomeu Martí, se lanzaba a la arena presumiendo de “mallorquinismo”, un sarcasmo digno de estudio. El colofón ha venido de la mano del nuevo diputado de Més, Miquel Àngel Mas, cambiando la habitual forma protocolaria de los pesemeros y prometiendo ahora "lealtad al pueblo de Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera" en la toma de posesión de su cargo. El flamante diputado sustituía a Toni Alorda, un catalán nacido en Inca que, días después de denunciar un cartel colgado en los aparcamientos de la Plaza Mayor de Palma porque estaba escrito en mallorquín, volaba para Barcelona para sumarse a la cadena humana separatista junto con sus hermanos catalanes.
En un azorado cambio de camisa, los pancatalanistas han tratado de aparecer como “mallorquinistas” por contraposición al “antimallorquín” Bauzá. Su lenguaje ha cambiado. Antes se habrían llamado catalanistas a sí mismos y anticatalanistas a sus adversarios sin ningún rubor, a fin de cuentas, esto es lo que siempre han querido ser: una provincia de Cataluña. Pero, claro, los quintacolumnistas de Artur Mas y Oriol Junqueras no quieren perder el monopolio de patrimonializar las esencias patrias y si hay que cambiar la cáscara sin tocar nada más, se cambia y punto. La causa obliga.
Esta sobreexaltación identitaria recibía un nuevo impulso hace apenas unas semanas en Campos. El PP lanzaba la campaña “defensam lo nostro” que dejaba descolocados a sus adversarios, sobre todo porque éstos, en casi tres años, no se han centrado en otra cosa que en labrar la imagen de un Bauzá “españolista” y “antimallorquín”. Pobre bagaje. Dejando al margen la impropiedad a estas alturas de hablar de “lo nostro” –algo no exclusivo de Bauzá, por otra parte– en una sociedad abierta y moderna como la balear donde gran parte de los residentes ha nacido fuera, lo que denuncia, indirectamente, Bauzá, es la colonización cultural sufrida durante los últimos cuarenta años, nuestra supeditación, no sólo lingüística, sino cultural a Cataluña, este horror por este “mallorquí empeltat de català” que ha hecho que, ahora mismo, ni los foráneos ni los más jóvenes hagan ya ningún distingo. La reacción de los demás partidos ha sido furibunda y han presentado la campaña del PP como un “nuevo engaño” a los electores. Al mismo tiempo, ello ha obligado a PSIB –ahí está su infumable campaña contra los “barbarismos” emprendida por los cachorros de Armengol–, Més y PI a elevar todavía más el tono de su mallorquinismo.
Estos súbitos cambios de piel no son nada nuevo porque nuestros catalanes de Mallorca siempre han jugado al equívoco. El catalanismo se ha acabado imponiendo en todas las facetas culturales, lingüísticas y educativas de Baleares porque, además de imponerse “manu militari” como lo ha hecho contra el castellano y todo lo español, en relación a lo mallorquín ha sabido hacerlo con mayor sutileza, asimilándolo como parte integrante –menor, parcial, atrasada, dialectal, pueblerina– de un todo catalán al que, en nombre de la ciencia y progreso, debíamos integrarnos. El pancatalanismo ha operado en dos direcciones: erradicación brutal del castellano y suplantación del mallorquín. Nada más patético, aunque muy revelador, que estos jóvenes separatistas de Artá, Manacor o Felanitx atizando contra todo lo español como algo ajeno y foráneo, oponiendo su “catalanidad” como mallorquines a la “españolidad” de Bauzá, sin percatarse de que la enseñanza pública –y no las familias–, TV3 y el Barça les han escamoteado aquella identidad en cuya piel tan cómodos se sintieron sus abuelos y la inmensa mayoría de sus padres, que compatibilizaron mallorquinidad y españolidad sin ningún problema, sin sentirse nunca catalanes.
Lejos de fomentar nuestras raíces, en treinta años el catalanismo ha contribuido a su disolución, desfigurando todo lo mallorquín, apropiándose de todo lo que valía la pena –desde Ramon Llull hasta Mossèn Alcover– como si fuera “parte de” la catalanidad, vaciándolo de contenido y seleccionando lo que les convenía, mezclándolo con elementos propios de Cataluña y disolviéndolo en un “totum revolutum” de nuevo cuño. A día de hoy podemos certificar que la llamada “cultura popular” (xeremies, ball de bot….) ha caído en manos de ERC y PSM, los mismos que en los ochenta la despreciaban por folklórica y rural. La defensa del mallorquín –y el sacrosanto dogma de la unidad lingüística– durante los setenta y ochenta fue la percha, la coartada, para endosarnos el catalán y darnos la magnífica oportunidad de formar parte de este mundo de progreso y civilización en que se ha convertido Cataluña. Estamos hablando de un tronco originariamente mallorquín al que han ido injertando ramas catalanas que lo han desfigurado por completo. Una suplantación en toda regla. Sin ir más lejos, los libros de texto de nuestros escolares, incluso los que dicen estar adaptados a las modalidades insulares, sintetizan a la perfección hasta donde ha llegado esta suplantación, hasta el punto de que las nuevas generaciones ya son incapaces de distinguir lo que es mallorquín de lo que es barcelonés. Para ellos, todo ya es catalán. La anexión perfecta consiste en que los anexionados ni siquiera se den cuenta de ella. Esto y no otra cosa es lo que, a mi juicio, quiere defender José Ramón Bauzá en su campaña “defensam lo nostro”. Restaurar nuestras verdaderas raíces culturales –cuyo espíritu, repito, poco tiene que ver con este negocio artificioso, politizado y subvencionado que han creado los gestores culturales del PSM a su alrededor– no debería consistir tanto en volver al discurso vago y vacuo de “lo nostro” de Gabriel Cañellas sin concreción alguna, como a desprenderse de este yugo cultural-lingüístico que nos han uncido desde el poder al dejar la cultura, la lengua y la educación en manos de los ingenieros de almas nacionalistas. El catalanismo nos ha convertido en una colonia lingüística y cultural de Cataluña, el espejo redentor en el que siempre se han mirado el PSM y ERC, y al que se han ido sumando después las nomenclaturas de PSIB, PI e IU.
Publicat a El Mundo-El Día de Baleares, el 8-3-14

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