Lenguas de laboratorio

Lenguas de laboratorio

Recull de premsa | 
Criteris Vives UibJoan Font Rosselló. Hace algo más de una semana, la Xarxa Vives d’Universitats –que agrupa las universidades valencianas, catalanas y la balear– presentó en la UIB un documento titulado Criteris lingüístics per a textos corporatius de difusió general, una guía consensuada que pretende regular el tipo de catalán que al parecer deben utilizar –y digo al parecer porque sus destinatarios finales no quedan nada claros en su exposición de motivos– la Administación, grandes corporaciones como los bancos y demás instituciones dedifusión general. Esta guía es otra vuelta de tuerca hacia una mayor uniformización de la lengua catalana ya que propone un modelo de lengua neutro y común en el sentido de desterrar cualquier particularidad de tipo territorial/dialectal. Todas las soluciones lingüísticas propuestas van en la dirección de eliminar cualquier singularidad dialectal que pueda aflorar en la redacción del texto. Para ello aconsejan vivamente evitar aquellos términos (normativos, claro) que, siendo equivalentes o sinónimos, pueden escribirse de distinto modo según el dialecto/territorio en cuestión.
Por ejemplo, los sinónimos que tanto pueden escribirse (y pronunciarse) con grafía en -tl (en Baleares) como –tll (en la mayor parte de Cataluña) como “motle/motlle”, “vetlar/vetllar” deben evitarse a cualquier precio. ¿Y cómo? Muy sencillo, evitando emplear ninguno de los dos, ni “motle” ni “motlle”, y recurriendo a soluciones “unitarias” que signifiquen lo mismo en su contexto como “matriu”, “encuny” o “plantilla” en vez de “motle/motlle”. O “vigilar”, “protegir”, “posar atenció” u “observar” en vez de “vetlar/vetllar”. Por ejemplo, para evitar que los valencianos digan “ací” y los catalanes “aquí”, debe evitarse ninguno de las dos y, en lugar de “talleu per aquí”, nos aconsejan que digamos “talleu per la línia de punts”. Repito, la única finalidad de los Criteris es impedir que el receptor de estos mensajes de difusión general descubra la existencia de diferencias dialectales ya que podrían “confundirlo”. Les da igual que uno tenga que cambiar la frase arriba abajo, o proscribir algunas expresiones, palabras e incluso formas verbales –se aconseja no utilizar la primera persona del presente de indicativo ya que es distinto en Valencia (cante),Cataluña (canto) o Baleares (cant)− por el nefando crimen de delatar unas diferencias territoriales que deben ocultarse a toda costa. Este es el último engendro en el que ha participado la UIB y lo hace, como de costumbre, contra las modalidades insulares protegidas por el artículo 35 de nuestro estatuto. Ver para creer.
Todo esto se asemeja muchísimo a aquellos criterios del “lenguaje no sexista” que se pusieron de moda hace unos años. En efecto, para no emplear el término “ciudadanos” en general que, gramaticalmente, siempre ha incluido a hombres y mujeres, se decidió hablar de “ciudadanía”. En lugar de “los ciudadanos anhelan una bajada de impuestos”, las feministas nos obligaban a decir “la ciudadanía anhela una bajada de impuestos”. O bien, “los ciudadanos y las ciudadanas anhelan una bajada de impuestos”. Y así, ahora tenemos “Subvenciones para padres con niños y niñas menores de cinco años”, sin que uno sepa ya si las ayudas sólo van destinadas a aquellos que tuvieron la suerte de alumbrar a una feliz parejita, o también incluyen a quienes sólo tienen varones o hembras únicamente. La finalidad del lenguaje “no sexista” no era otro que evitar la “discriminación” entre hombres y mujeres, evitar la “invisibilidad” de éstas y neutralizar al máximo el lenguaje, aunque se diera de cabezazos con el sistema gramatical de todas las lenguas románicas.
Lo curioso en ambos casos, tanto en los criterios unificadores de la Xarxa Vives como en el lenguaje “no sexista”, es esta obsesión por lo neutro, lo aséptico, sin marca territorial ni marca sexista. La coartada que esgrimen es un supuesto “desprecio” hacia los hablantes de otros territorios o hacia el sexo femenino, aunque lo que trasluce de verdad es una mentalidad dirigista, reguladora e intervencionista, rayana en lo patológico, típica de los filósofos-reyes que aspiran a modelar el mundo real a medida de sus ideas. En suma, una ideología en estado puro, fácilmente perceptible en el feminismo radical y no tanto en el plano lingüístico. Y digo no tanto, no porque no exista una verdadera “ideología de la lengua” –empezando por el propio Pompeu Fabra– sino porque, en la esfera de la lengua, nos hemos acostumbrado a obedecer al sanedrín de expertos en la materia y a acojonarnos por sus sistemáticas apelaciones a la ciencia que les sirve de palanca para regañarnos a todas horas sobre cómo debemos hablar y escribir. Y cuando hablo de “ideología de la lengua” no me refiero únicamente a toda la parafernalia sociolingüística que justifica programas políticos como la inmersión o la normalización, sino también a los aspectos más normativos y “científicos” que suelen aceptarse sin rechistar, como si fuéramos un rebaño de ovejas a las órdenes de un politburó de lingüistas ordenadores del caos.
Etimológicamente, “filólogo” significa alguien que ama una lengua. Me cuesta creer que ninguna de estas cabecitas pensantes que fijan estos criterios con la esperanza de cambiar nuestra forma de escribir (y hablar) sea un filólogo de verdad.


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